sábado, 19 de julio de 2025

Pachakuti desde jujuy . función en la Juana teatro .



En Pachakuti, la escena se convierte en un territorio de memoria, de denuncia y de transformación. Una mujer marrón ocupa el centro del espacio escénico.  representa, encarna. declama: habita. Su cuerpo racializado no es un símbolo, es una presencia real que interpela, que arde, que canta.

 La actriz, Flavia Molina, toma la palabra para hablar de su genitalidad, para nombrar la vagina y la vulva sin eufemismos ni pudores impuestos. En un sistema patriarcal que ha silenciado el cuerpo femenino —más aún el cuerpo racializado—, nombrar es un acto de soberanía.

Pero ella va más allá: decide hablar de la herida. La violencia obstétrica —sutil, sistemática, normalizada— irrumpe como núcleo temático. Lejos de victimizar, la escena se vuelve espacio de visibilización y poder.  hay un cuerpo que dice y que baila.

Baila.
Ella baila.
Canta, porque bailar es estar viva. Viva.

Y en esa danza, ese gesto vital, convoca a otras. A muchas. Las naranjas, presentes como elemento escenográfico, parecen absurdas al principio. Pero pronto se cargan de significado: frutas vivas, cuerpos redondos, órganos fértiles, símbolos de lo íntimo y lo colectivo. Ella las convida al público. Y así, lo poético se vuelve político.

A través de voces en off, se entretejen relatos de mujeres. Voces anónimas, múltiples, de distintas generaciones, que acompañan a la protagonista en una especie de revolución invisible. Como bien afirma la actriz sobre Pachakuti:

> “Una obra en la que se apalabra lo que fue silenciado y relegado, de los deseos más preciados, aquellos que mujeres de diversas generaciones, en sus distintas etapas de vida, atravesadas por la cultura patriarcal, han inhibido.
A través y dentro de imágenes y colores, ella relata un camino vivido donde se espeja la vivencia de tantas mujeres.
Hoy, en su nombre y el de tantas otras, pone en escena sus sueños, sus deseos, dolores, miedos y anhelos para abrazar, transformar y aceptar la vida.”



La dirección de Olga Chiabrando sostiene con sutileza y decisión esta dramaturgia íntima y a la vez colectiva.  hay una apuesta ética por la escucha y la presencia. La obra no busca entretener: busca despertar.

En tiempos en que lo espectacular arrasa con lo sensible, Pachakuti se planta como un gesto radical: devolverle al teatro su potencia de ritual, de espejo, de grieta. Un grito suave pero profundo que nombra lo innombrable, danza la herida y abraza la vida.

Negra77

martes, 1 de julio de 2025

La danza como forma de ganarle a la muerte



> “Bailar, bailar, de lo contrario estamos perdidos.”
—Pina Bausch

La danza no es sólo un arte escénico. Es una forma de existencia, una respuesta del cuerpo frente al destino común de la inmovilidad. Frente a la muerte, que es quietud, clausura, ausencia de ritmo, la danza irrumpe como persistencia, como afirmación rotunda de que estamos aquí, todavía, latiendo.

Danzar es un gesto de resistencia vital. Un acto liminal donde el cuerpo se niega a desaparecer sin antes vibrar, girar, lanzarse. En palabras de André Lepecki, el cuerpo en danza "rompe con la lógica de la captura", escapa a la función, al utilitarismo, a la muerte simbólica del cuerpo reducido a máquina. El bailarín desafía la gravedad no solo en el sentido físico, sino en el existencial: desafía el peso de la finitud.

> “La danza es un intento de alcanzar la belleza del instante antes de que desaparezca.”
—Maurice Béjart


El instante es frágil, fugaz. Pero es también el lugar donde la vida se hace presente. En cada caída y cada impulso, la danza afirma una voluntad de permanencia efímera. No se trata de inmortalidad, sino de intensidad. El bailarín no pretende vencer a la muerte en términos absolutos, pero sí ganarle tiempo, ganarle fuego, ganarle cuerpo.

Isadora Duncan, precursora de la danza moderna, decía: “Si pudiera decirte lo que se siente, no valdría la pena bailarlo.” Allí donde el lenguaje se quiebra, el cuerpo habla. Y su decir no es conceptual, sino encarnado. El bailarín dice con músculos, con articulaciones, con heridas y respiraciones. Dice que aún hay deseo. Y donde hay deseo, hay movimiento. Y donde hay movimiento, hay vida.

En la filosofía de Heráclito, “todo fluye”, y el cambio constante es la única permanencia posible. La danza es la encarnación más exacta de esta visión: lo que no cambia muere. El cuerpo que danza, aunque efímero, es eternamente presente. Como si en su fugacidad se volviera absoluto.

Nietzsche también intuía esto cuando escribió: “No podría creer en un dios que no supiera danzar.” En su filosofía, danzar es una metáfora del vivir auténtico: ligero, abierto al devenir, capaz de transformar el peso en gracia. En esa línea, el bailarín se convierte en una figura dionisíaca: traspasa la forma, se entrega al caos, y desde ahí produce sentido.

> “El cuerpo no es una cosa, sino una situación: es nuestro punto de vista sobre el mundo.”
—Maurice Merleau-Ponty



El cuerpo del bailarín no representa, sino que se vuelve mundo. Es cuerpo vivido, no solo en sí, sino con otros. Un cuerpo que resuena, que vibra con el espacio, con los cuerpos a su alrededor, con el suelo que pisa y con el tiempo que lo arrastra. Como un chamán, el bailarín media entre el visible y lo invisible, entre la tierra y lo inasible. En su hacer silencioso, se enciende la vida.

Estar vivo es moverse.
Y moverse es decidir, una y otra vez,
no dejarse caer del todo en el abismo.
Danzar, entonces, no es sólo crear belleza,
sino persistir en la vibración del deseo.

Ganarle a la muerte no es evitarla,
es hacerla temblar.

Negra77 

Pachakuti desde jujuy . función en la Juana teatro .

En Pachakuti, la escena se convierte en un territorio de memoria, de denuncia y de transformación. Una mujer marrón ocupa el cen...