domingo, 3 de abril de 2022

dos cuerpos: el del interprete y espectador .

 Si la danza contemporánea se aleja, por esencia, del campo de la representación y de la narrativa aristotélica, es porque el discurso narrativo del cuerpo se erige como el puente entre la identidad del artista y la del público. Es el espacio y el tiempo en los que el cuerpo se mueve; donde se busca reconocer y activar los posibles campos comunes, entre aquel cuerpo que danza y aquel cuerpo que observa.

El cuerpo que danza establece, en las estructuras narrativas contemporáneas, la posibilidad de conectarse con el cuerpo que observa, y no únicamente desde procesos racionales de lectura de la obra. Si llamo “cuerpo” a los involucrados, es porque las percepciones del cuerpo no son exclusivas de la actividad racional; y es precisamente la combinación de lo racional con los demás tipos de percepciones corporales, a lo que apelan los discursos de la danza contemporánea. En la posibilidad de este intercambio reside, además, también la posibilidad de una reconstitución de las identidades. El cuerpo que observa puede llegar a preguntarse acerca de sí mismo, de su forma de habitar(se), y de habitar el espacio, el tiempo y la energía, cuando mira al cuerpo que danza habitar de maneras no convencionales el espacio, el tiempo y la energía. Esto es posible porque la constitución identitaria del hombre se realiza en el cuerpo:


“La condición humana es corporal. Materia de identidad en el plano individual y colectivo, el cuerpo es espacio que ofrece vista y lectura, permitiendo la apreciación de los otros. Por él somos nombrados, reconocidos, identificados a una condición social, a un sexo, a una historia.” (LE BRETON, Cuerpo sensible, 17)


Entendido así, el cuerpo es pues un vector de comprensión de la relación del hombre con el mundo; es decir, la interfase que es el cuerpo humano es lo que permite la realización de todas las relaciones sensibles del hombre con su entorno. En es sentido, el cuerpo que observa, observa sensiblemente, construyendo el conocimiento y desarrollando la percepción sobre sí mismo. Por su parte, el cuerpo que danza está en constante reconfiguración de las percepciones que tiene de sí mismo, y de cómo atraviesa, de cómo viaja como cuerpo sensible en el tiempo y en el espacio. La actividad de la danza siempre implica una auto percepción que va siendo reconstruida continuamente. El cuerpo que danza, al ser observado por otro cuerpo -y reconocerse observado también tiene la posibilidad de re-crearse, de ampliar el sentido de identidad. “Sin la mediación estructurada del otro, es imposible concebir en el hombre una capacidad de apropiación significante del mundo: por sí mismo, su cuerpo no se abrirá jamás a la inteligencia de los gestos o percepciones que le son necesarias.” (ibid, 24)



La danza contemporánea recupera entonces, la capacidad del hombre de pensar y reflexionar sobre sí mismo, únicamente porque se escapa de las convenciones formales del lenguaje narrativo; porque compone estructuras significantes que escapan a la necesidad moderna de dar un sentido lógico y lineal al mundo; porque plantea sus constructos sobre la base de la libertad del cuerpo para atravesar el espacio, habitar el tiempo y generar un estado energético que es el motor del movimiento.

En tal virtud, “la danza deshace cualquier identidad, rompiendo los criterios de reconocimiento de sí y de los otros. Es existencia pura, vida anterior al sentido, pero también profusión de significaciones … la danza es la invención de un mundo inédito, apertura a lo imaginario, una fuga fuera de los imperativos de significación inmediata.”

(LE BRETON, Cuerpo sensible, 106).

la negra77

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